España va a la cola tecnológica. Manuel Campo Vidal

Los políticos del gobierno y de la oposición, tanto da, van discutiendo sobre estatutos de autonomía y etimología variada sobre el concepto nación, mientras España se hunde en las clasificaciones de prosperidad y expectativas de progreso en la Sociedad de la Información. Los últimos datos de la OCDE confirman un nuevo retroceso: bajamos al puesto número 28, casi el 29, en grado de inserción en la Sociedad del Conocimiento. Antes éramos los decimoterceros en la Europa de los 15, solo por delante de Portugal y Grecia, pero caímos al puesto décimo octavo en la Europa de los 25 socios. Y en la clasificación mundial ya vamos cerca del 30. Nos adelantan ya varios países emergentes, nuevos socios, como Chequia, Eslovaquia etc. Tienen una mejor formación profesional, más inversión para mejorar su equipamiento informático y la productividad de las empresas, unos costes laborales más bajos y aún nos extrañamos de que las multinacionales quieran deslocalizar la producción de automóviles, por ejemplo, y llevarse las fábricas allí. «Chequia está llamada a ser la nueva factoría de Europa en detrimento nuestro», acaba de advertir el profesor Emilio Ontiveros, presidente de la Ponencia sobre Convergencia Tecnológica. Lo temen en Valladolid donde la Renault suspendió recientemente un turno de trabajo -casi dos mil empleos afectados-, en Valencia con la Ford, en Zaragoza con la General Motors y en Barcelona con la Seat. Hasta Maragall, que anda tan ocupado echándole pulsos a Zapatero, a sus socios de gobierno y a su propio partido, ha tenido que distraerse unas horas para pedirle al presidente de la Volkswagen que no reduzca puestos de trabajo en Cataluña. Se salva Vigo pero no por arte de magia, sino porque produce más y mejor. « PSA cerrará antes una fábrica en Francia que la planta de Vigo porque es la más eficiente», declara a este periódico un alto directivo del grupo, que prefiere que no escribamos su nombre para que no le abronquen en un París tan sensible siempre para lo suyo. En la capital francesa admiran la organización industrial de Javier Riera, el director de la factoría gallega, y su imaginación para ahorrar costes que llega hasta el consumo de energía. «Y si hay problemas, como la reciente huelga del transporte en Galicia, se inventa un puente aéreo con helicópteros para que la factoría de Vigo no pare», señala el directivo francés. Pero la Citroen de Vigo, o Inditex, donde la capacidad organizativa de José María Castellano creó un modelo que se estudia en la mejores escuelas de negocio del mundo, y algunos ejemplos más, son excepciones a la regla. En España se trabaja más horas, en contra de lo que se cree, pero se produce menos por lo que fabricar es más caro. Y se investiga menos. Y, en consecuencia, exportar es cada vez más difícil. «Tenemos el déficit exterior más alto del mundo, proporcionalmente superior al de EE.UU., que, por lo menos importa equipos para mejorar productividad, --señala Ontiveros- y la inversión extranjera ha caído drásticamente. Urge una reacción del Gobierno inmediata o en muy poco tiempo la situación será alarmante». Ante un cuadro crítico así cabría esperar que el gabinete que preside Rodriguez Zapatero tuviera este asunto como preocupación central en vez de andar asfixiado con otras asignaturas menos troncales. Y que la oposición representada por Mariano Rajoy acosara al gobierno con iniciativas y preguntas parlamentarias sobre ese grave problema. No es previsible que lo haga. Buena parte de los problemas actuales proceden de la falta de inversión pública en investigación -agravada por la todavía más débil inversión privada- durante los años que gobernó Aznar, quien incumplió clamorosamente los objetivos fijados en la Agenda de Lisboa de marzo del 2000. Los datos son irrefutables. Las consecuencias, inquietantes. Por eso se agradece la sinceridad de Francisco Ros, secretario de Estado de Telecomunicaciones y Sociedad de la Información, cuando advertía esta semana en Sevilla, en la reunión bienal que organiza Informática El Corte Inglés, sobre el riesgo de dependencia exterior de la economía española dada nuestra escasa capacidad de generar tecnología. «El empuje económico español no debe impedirnos ver que nuestro país solo aporta el uno por ciento de las patentes europeas», afirmó. Ros habló del Plan Ingenio y del Plan Avanza y anunció que en los Presupuestos Generales del Estado para 2006 se incrementará en un 160 por ciento la inversión pública en Investigación más Desarrollo «para tratar de no caer en el grupo de países que, según la OCDE, pierde competitividad. Y es sabido que innovación, desarrollo tecnológico y competitividad van unidos.» El profesor Ontiveros valora que desde el Gobierno se comience a hablar con realismo pero pone fecha, lugar y condiciones para que el cambio de rumbo se produzca eficazmente y no quede todo en buenas intenciones: «Habrá que verlo en los Presupuestos del 2006. Ojalá se traslade el espíritu de consenso alcanzado en el Senado en torno a las conclusiones de la Ponencia sobre Convergencia Tecnológica. Llevamos demasiados años de gran despiste en una materia tan esencial y, si no rectificamos, nos daremos un gran batacazo». Pues habrá que esperar a los Presupuestos. Y razones hay para el escepticismo: Zapatero ha comenzado a negociar el Estatuto catalán con Carod Rovira que, por cierto, parece más negociador que el heredero de Pujol, Artur Mas. Rajoy, que jamás habla de tecnología, está ocupado promoviendo rebeliones contra el Gobierno en autonomías y ayuntamientos, ilusionado con el desgaste socialista. Aznar sigue dando lecciones de antipatriotismo por el mundo adelante desanimando a cualquier inversor a venir a «una España que está al borde el abismo». Y los nacionalistas de diversos corazones -ahora se han sumado los andaluces que reclaman nación y estado- están en lo suyo de siempre, desinteresados sobre la pérdida de competitividad del país. Con ese cuadro escénico en la política no es de extrañar que andemos a la cola tecnológica.